miércoles, 29 de julio de 2015

En el azul pintado de azul: Marc Chagall




“La dignidad del artista reside en su deber de mantener despierto el sentido de la maravilla del mundo” (Marc Chagall).


¿Existe la posibilidad de decir algo sobre Chagall que no haya sido dicho ya? No lo creo o, por lo menos, a mí no se me ocurre nada. Los que me conocéis un poco, ya sabéis que me aburre mortalmente repetir palabras ya pronunciadas, así que he pensado: “pásales el embrollo a tus amigos”. Y eso es lo que voy a hacer, os aviso, así que estad preparados. Pero, antes, revolotearemos un poco por aquí, para entrenarnos.

Marc Chagall, El circo rojo, colección particular, 1956-60

“Volar... Pero ¿quién vuela?”, se preguntaba Miguel Hernández en uno de sus poemas. Mucha gente. Descartemos a ángeles, demonios y personajes míticos provistos de alas, porque eso es hacer trampa. Descartemos las alegorías y, también, a las brujas con sus escobas, a Peter Pan y a Supermán. Pero entonces, ¿quién queda? Por ejemplo, estos dos simpáticos santos voladores, que no hace mucho visitaron el blog. Bueno, en realidad, no llegan a santos, se quedan en beatos, pero vuelan con mucha gracia. Son Agostino Novello y Ranieri Rasini. Del buen Ranieri conocemos ya sus andanzas, cuando libera a los presos de Florencia:

Stefano di Giovanni, Sassetta, El beato Ranieri libera a los pobres de una prisión de Florencia, Musée du Louvre, París, 1437-44

Agostino Novello es mucho más exagerado: no pierde oportunidad alguna, cuando de echarse a volar se trata.

Simone Martini, Agostino Novello salva a un niño que se cae por un balcón, retablo del beato Agostino Novello, Pinacoteca Nazionale, Siena, 1324

Simone Martini, Agostino Novello rescata a un caballero que se ha caído por un barranco, retablo del beato Agostino Novello, Pinacoteca Nazionale, Siena, 1324

Se ve que una de las grandes aficiones en la Italia del Trecento era dejarse caer por balcones y barrancos para ser socorridos por el beato volante. Aunque Novello tampoco fallaba en otros casos, como el de este niño atacado por un perro:

Simone Martini, Curación de un niño atacado por un perro, Pinacoteca Nazionale, Siena, 1324

Otro personaje volador muy curioso es esta relojera que aparece en una de las ilustraciones de la Epístola de Othea, de Christine de Pisan:

Christine de Pisan, Epístola de Othea, Codex Bodmer,  Fondation Bodmer, Cologny, 1460 c.

Ya en nuestros días, nos encontramos a varios personajes voladores, entre ellos algunos que parecen plácidamente dormidos en el aire.


Jude Griebel, Suspendidos en el sueño


Otros, despiertos, revolotean con cierto donaire:

Angus Macpherson, Volteretas

Teresa Irene Barrera Figueroa, Personaje extraño vuela sobre el cerro del Chiquihuite, colección particular

Para seleccionar a nuestros personajes, hemos descartado alas y escobas. ¿Aceptamos paraguas como instrumento auxiliar de vuelo, en homenaje a Mary Poppins?

John Kenn Mortensen, Ilustración

Leah Saulnier, Paraguas

Como vemos, abundan los personajes voladores en la pintura. Sin embargo, cuando pensamos en ellos, ¿no acuden de inmediato a vuestra imaginación las obras de Marc Chagall?

Marc Chagall, Sobre la ciudad, Tretyakov Gallery, Moscú, 1914-18

Marc Chagall, Cumpleaños, Metropolitan Musem of Art, Nueva Yok, 1915

Los enamorados vuelan sobre perfiles urbanos y prodigiosos ramos de flores. Vuelan y se aman sobre el presente jubiloso –ya pasado- de París con Bella o sobre el territorio de la infancia, allá en Vitebsk, cuyo recuerdo hace exclamar a Chagall: “¡Mi ciudad triste y alegre!”.

Marc Chagall, Ramo con amantes voladores, Tate Modern, Londres, 1934-37

Marc Chagall, El artista sobre Vitebsk, 1977 c.

Marc Chagall, Los novios sobre el cielo de París, 1970

Marc Chagall, Los novios sobre el cielo de Vitebsk, 1969

Marc Chagall, La noche
Que vuelen los enamorados es lo más normal del mundo. Ya lo escribió el porteño Oliveiro Girondo: “no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando”. ¿Pero solo vuelan los amantes? No, claro que no. Ya habéis visto que, con los enamorados o sin ellos, vuela todo tipo de personas, de animales y objetos.

Marc Chagall, Gallo rojo en la noche, colección particular, 1944

Marc Chagall, Vaca roja sobre cielo amarillo

Esta es mi pregunta: ¿por qué vuelan? Podréis encontrar muchas respuestas distintas, si curioseáis un poco. Pero, ¿por qué pensáis que vuelan? ¿Qué es volar, para vosotros?

Marc Chagall, Mesa puesta con vistas a Saint-Paul de Vence, 1968


Entre 1922 y 1923, cuando Chagall se disponía a abandonar Rusia por segunda vez, escribió el texto titulado Mi vida. Existe una edición en español, publicada por Acantilado.


 
Chagall escribe: “yo nací muerto”. Y también: “Las calles me pertenecen pero no hay casas; fueron desde la niñez destruidas. Sus habitantes vagan por el aire en busca de alojamiento”. 

Marc Chagall, Sobre Vitebsk, Metropolitan Museum of Art, Nueva York, 1915-1920

Escribe: “En nuestra vida hay un solo color, como en la paleta de un artista, que proporciona el sentido de la vida y el arte. Es el color del amor”.

Marc Chagall, Aleko y Zemphira a la luz de la luna, estudio para telón de fondo de la primera escena del ballet Aleko, 1942

Picasso dice de él: "Cuando Chagall pinta, no se sabe si mientras tanto duerme o sueña. Debe de tener un ángel en algún lugar de su cabeza".

Marc Chagall, Los monstruos de Notre Dame, colección particular, 1953

Decidme: ¿por qué vuelan?

Marc Chagall, El gallo rojo, escenografía para el ballet Aleko, 1942


 

  

domingo, 26 de julio de 2015

El brujo don Illán y El Greco





Doménikos Theotokópoulos, El Greco (1541-1614)



Ahí tenemos a Góngora, diciendo aquello de “Esa montaña que, precipitante, ha tantos siglos que se viene abajo”, y antes que él, al Infante Don Juan Manuel, quien nos hace descender a las entrañas de Toledo en compañía de don Illán y del deán de Santiago, “que avía muy grant talante de saber el arte de la nigromançía”, y siglos después, a Jorge Luis Borges, quien nos confirma que “en Santiago había un deán que tenía codicia de aprender el arte de la magia. Oyó decir que don Illán de Toledo la sabía más que ninguno, y fue a Toledo a buscarlo”.

Vayamos también nosotros a Toledo y busquemos a don Illán, pero no con la falsedad, ambición e ingratitud del deán de Santiago, sino con nuestro inextinguible anhelo de aprender y disfrutar, llenos de agradecimiento por poder disfrutar de tanta belleza.

Domenikos Theotokopoulos, El Greco, Vista de Toledo, Metropolitan Museum of Art, Nueva York, 1598-99 c.

¿Esto que nos muestra El Greco es Toledo? Sí, claro: es el Toledo de El Greco. Porque no todos los edificios están donde se supone que deberían estar ni, probablemente, todos los que representó existieron en la realidad. Se trata de la libertad del artista, la misma de la que harán gala los pintores de vedute y los escenógrafos. ¿Nos sobra este edificio? ¡Fuera con él! ¿Conviene que representemos más próximas dos construcciones que, en la realidad, se hallan más distantes! Hagámoslo. Y si hay que cambiar el curso del río Tajo, se cambia. Somos artistas, somos libres.

Domenikos Theotokopoulos, El Greco, Vista de Toledo, detalle, Metropolitan Museum of Art, Nueva York, 1598-99 c.

Un momento… ¿eso que se ve a la derecha no es el Alcázar y, no lejos de él, el campanario de la catedral, un poco desplazado hacia la izquierda, en relación con su posición real? ¿Ese puente que vemos no es el de Alcántara? Sí, por supuesto. Esto es Toledo. El Toledo auténtico y el creado por El Greco: los dos a la vez.

Domenikos Theotokopoulos, El Greco, Vista de Toledo, detalle, Metropolitan Museum of Art, Nueva York, 1598-99 c.

La vista de Toledo aparece en muchas de las obras de El Greco: en algunas de sus Inmaculadas y de sus Crucifixiones, en el Bautismo, en cuadros como San Bernardino de Siena, San José con el Niño, San Martín partiendo la capa, el Laocoonte y otras.

Domenikos Theotokopoulos, El Greco, Laocoonte, detalle, National Gallery of Art, Washington, 1610

Domenikos Theotokopoulos, El Greco, Laocoonte, detalle, National Gallery of Art, Washington, 1610


En su Vista y plano de Toledo, El Greco se aproxima en mayor medida a vistas de carácter más topográfico, como las de Anton van den Wyngaerde.

Anton van den Wyngaerde, Vista de Toledo, 1562


Domenikos Theotokopoulos, El Greco, Vista y plano de Toledo, Museo de El Greco, Toledo, 1610 c.

Sin embargo, tampoco en esta obra de El Greco se hallan ausentes por completo las licencias. Aparte de la personificación del río como un anciano que vierte agua, según el modelo helenístico, y de la gloria celestial con su revoloteo de Virgen y ángeles, hallamos destacada, sobre una nube, la maqueta del Hospital de Tavera, por cortesía hacia el comitente del cuadro y administrador de dicha institución. 

Domenikos Theotokopoulos, El Greco, Vista y plano de Toledo, detalle, Museo de El Greco, Toledo, 1610 c.
A la derecha del cuadro, un joven nos muestra un plano: mirad, parece decir, esto es Toledo. No importa que los edificios crezcan en las nubes o se aproximen entre sí o se alejen: creedme, es Toledo. 

Domenikos Theotokopoulos, El Greco, Vista y plano de Toledo, detalle, Museo de El Greco, Toledo, 1610 c.



Pero hay algo más importante que estas licencias en todas las vistas de Toledo realizadas por El Greco: la desmaterialización de sus edificios, la vibración que los recorre, como si se echasen a temblar en el instante en que, aún siendo arquitectura, están a punto de convertirse en otra cosa. ¿En qué? ¿En edificios espectrales? Porque la arquitectura, lo sabemos, también tiene sus fantasmas.
 
Domenikos Theotokopoulos, El Greco, Vista y plano de Toledo, detalle, Museo de El Greco, Toledo, 1610 c.

Domenikos Theotokopoulos, El Greco, Vista de Toledo, detalle, Metropolitan Museum of Art, Nueva York, 1598-99 c.


Son numerosos los artistas para quienes posó esta asombrosa ciudad: Beruete, Zuloaga, Sorolla, Rivera y muchos otros. La anciana dama muestra su rostro complaciente, aunque siga ocultando sus secretos.

Aureliano de Beruete, Vista de Toledo desde la Vega Baja, Museo Santa Cruz, Toledo, 1909

Aureliano de Beruete, Vista de Toledo desde los Cigarrales, Museo de Arte Contemporáneo, Toledo, 1906


Ignacio Zuloaga, Maurice Barrès ante Toledo, Musée Lorrain de Nancy, 1913

Ignacio Zuloaga, Vista de Toledo, Academia de Bellas Artes de San Fernando

Joaquín Sorolla, Vista de Toledo, Museo Sorolla, Madrid, 1912

Diego Rivera, Vista de Toledo, Fundación Amparo de Espinosa, Puebla, 1912


Yo creo que el brujo don Illán sigue trabajando en su gabinete subterráneo, bajo el lecho del Tajo, y que unas viejas llaves añoran aún las cerraduras de puertas que hoy son polvo. Es Borges, también, quien nos lo cuenta:

Abarbanel, Farías o Pinedo,
arrojados de España por impía
persecución, conservan todavía
la llave de una casa de Toledo.

Libres ahora de esperanza y miedo,
miran la llave al declinar el día;
en el bronce hay ayeres, lejanía,
cansado brillo y sufrimiento quedo.

Hoy que su puerta es polvo, el instrumento
es cifra de la diáspora y del viento,
afín a esa otra llave del santuario

que alguien lanzó al azul cuando el romano
acometió con fuego temerario,
y que en el cielo recibió una mano.

(Jorge Luis Borges, Una llave en Salónica)