sábado, 19 de diciembre de 2015

El plácido Lebasque




Henri Lebasque (1865-1937)
 

¿No os parece que a veces nos complicamos la vida de la forma más tonta? Y os lo pregunto yo, que soy la primera en meterme en todos los líos posibles y a menudo me convierto en doña Exagerada o doña Corre-Corre, sin poder –o sin querer- evitarlo. El caso es que este fin de semana andamos por aquí con muchas dudas, con urnas, escrutinios y luego, como siempre, con enfados de unos y de otros, así que he pensado que podíamos relajarnos un poco con el amigo Henri.


Henri Lebasque, Verano, 1922

No esperéis hallar en sus obras brusquedad, ni tensiones, ni movimientos agitados. Lo que vemos es esa sencilla dicha de la sombra o el sol, del mar y de los árboles, de la lectura, el reposo, la charla o el silencio.


Henri Lebasque, En la playa

Henri Lebasque, Mujer leyendo en un jardín, colección particular, 1919

Henri Lebasque, Joven con sombrilla, 1909
La dicha, digo: esos instantes de tregua en los que percibimos que la felicidad no se anuncia con trompetas ni se reviste de lujosas galas ni es –no, no lo es- un sueño imposible, sino algo mucho más modesto, efímero, banal si así se quiere considerar, pero que está ahí, al alcance de la mano. 


Henri Lebasque, Reflejos en la balsa de Pradet, 1923

Henri Lebasque, Pierrefond
“Has venido con la bolsa bien surtida de lugares comunes, Carmen”, podéis decirme. Pues sí, hoy siento una enorme apetencia por lo común, lo cotidiano, lo más normal. Que no se aparezcan ahora merlines ni ángeles ni las brujas surquen el cielo con sus escobas, porque lo único que quiero es ese prodigio del sol entre las ramas, la canción del pájaro y del aire. Tan poca cosa. Tanto.

Henri Lebasque, Mujer sentada en un banco, 1923

¿Hablamos de Henri? A los veinte años, después de haber estudiado en la Escuela de Bellas Artes de Angers, Henri Lebasque llegó a París. ¿Os imagináis lo que puede sentir una persona de veinte años, una persona que, además, es artista, al instalarse en París? Su dicha, la mirada agradecida con que bebe, más que contempla, la obra de otros artistas del pasado y del presente y se embebe de ella, ese sentimiento del “yo también lo haré”.

Estatua de la Libertad, 1886

El joven Henri completó su aprendizaje en el taller de Léon Bonnat, un gran retratista apasionado por la pintura de Velázquez y de Goya:


Léon Bonnat, Retrato de la hermana del artista, 1850

En esa misma época, ayudó a Ferdinand Humbert en la realización de los frescos decorativos que este realizó en el Panteón de París:


Ferdinand Humbert, pinturas en el Panteón, París

En 1890, Lebasque tomó parte en el Salon des Indépendants, donde hizo amistad con Paul Signac y Maximilien Luce, seguidores del puntillismo o divisionismo, ese estilo posterior al impresionismo que yuxtapone puntos de colores puros para formar las imágenes.


Paul Signac, Plaza en Saint-Tropez, Cargenie Museum of Art, 1893

Maximilien Luce, Quai Saint-Michel y Notre-Dame, 1900

Otros artistas que más tarde se convirtieron en sus amigos fueron los nabis Pierre Bonnard y Édouard Vuillard, así como Henri Matisse, con quien Lebasque, como otros artistas, colaboró en la creación del Salón de Otoño, en 1903. Cuánta vida, ¿verdad?


Pierre Bonnard, Comedor en el campo, 1913

Édouard Vuillard, Le Pouliguen, colección particular, 1908

Henri Matisse, Estudio en Colliure, 1905

¿Más amigos artistas? Sí, por supuesto. Podemos nombrar, entre ellos, a Louis Valtat, Raoul Dufy y Henri Manguin. 


Louis Valtat, Bois de Boulogne, 1913

Henri Manguin, Descanso en Villa Demièr, colección particular, 1905

Con este último, Manguin, Lebasque viajó al sur de Francia en 1906, después de los cinco años que pasó pintando los paisajes de Lagny, donde se había establecido al despuntar el siglo.

Henri Lebasque, Puerta del jardín en Lagny

Henri Lebasque, Jardín en primavera, colección particular, 1904

Henri Lebasque, La pesca, colección particular, 1905

Una vez más, como hemos visto en el caso de otros artistas, el Mediterráneo colmó de espuma y de color los ojos del pintor e inundó sus obras. El mar, ¿sabéis? El mar.

Henri Lebasque, Cannes, la sombrilla azul

Henri Lebasque, La playa

Henri Lebasque, Mirando el mar

Un mar –el mar- que ya no abandonará al pintor.

Henri Lebasque, Niño de rojo, colección particular, 1920

Henri Lebasque, Tres mujeres en la playa

Un mar que no es solo el Mediterráneo. En diversas ocasiones, Lebasque viajó a Normandía y a Bretaña, así como a otros lugares de Francia.


Henri Lebasque, Paisaje bretón

Henri Lebasque, Ventana en Ile d’Yeu, colección particular, 1919

Henri Lebasque, La playa de St. Gildas, colección particular, 1922

Hacia 1923, se estableció definitivamente en el sur,  con el sol en la piel y todos los azules al alcance de la mano. Es allí, sobre todo, donde su mujer y sus hijos se recuestan en hamacas y se sientan para leer o, simplemente, para disfrutar de la caricia de la brisa.


Henri Lebasque, Hamaca, National Museum of Western Art,Tokyo, 1923

Henri Lebasque, Hamaca en Cannes


Henri Lebasque, Hamaca en Le Pradet, 1923

Henri Lebasque, Madame Lebasque leyendo en el jardín de Le Cannet, colección particular, 1923

Simplemente. Mirad, a fin de cuentas, es bastante sencillo. Aunque nos guste tanto complicarlo todo.


Henri Lebasque, Pradet, 1923

Nos vemos pronto. De momento, me quedo aquí charlando con un amigo. Hay más sillas: si queréis, coged una y sentaos con nosotros. ¡Se está muy bien!

Henri Lebasque, Mujer con un vestido blanco

 
  

sábado, 12 de diciembre de 2015

En compañía de gatos: Will Barnet





Will Barnet (1911-2012)
 

Leer tumbada en el sofá revela mi auténtica naturaleza. No soy una mujer: soy cama, o colchón o, en cualquier caso, una superficie confortable para instalarse sobre ella, ahuecarla con las patitas, lamer la piel que queda al descubierto, apoyar la cabeza en el hombro, hincar el hocico en el cuello, ronronear y dormir. Eso soy, colchón de gata, y me alegra serlo, porque creo que no existe privilegio mayor.


Will Barnet, Mujer leyendo

Will Barnet, Mujer con gato

Will Barnet, Mujer con dos gatos, 1969

Will Barnet, El vestido azul

A los diez años ya sabía que quería ser artista. Poco después, un rincón del sótano de la casa sirvió como taller: los dedos se ensuciaban gozosamente, lápices y pinceles bailaban allí sus danzas mágicas y los gatos escudriñaban todo con su golosa curiosidad gatuna o se echaban a dormir, felinamente holgazanes. Esos mismos gatos que se deslizaron por los cuadros y grabados de Will Barnet a través de sus 101 años de vida. Muchos gatos, muchos años.


Will Barnet, Gato y escalera


Will Barnet, Mujer, gato y cuerda

A veces se produce cierta confusión de identidades entre humanos, gatos, perros. Es algo que sucede, y quienes convivís con animales lo sabéis. Por cierto, acabo de darme cuenta de que hace mucho tiempo que no trepo a un árbol. Demasiado.


Will Barnet, Mujer jugando con gatos, 1975


Will Barnet, La escalera, 1970
No solo son gatos los que recorren las obras de Barnet. Su familia y sus otras mascotas –o, como diría Gerald Durrell con su gran humor, su “familia y otros animales”- son también habitantes permanentes de su arte: un arte que bebe en lo cotidiano y transforma su plácido sosiego hasta dotarlo, en ocasiones, de un aura inquietante.

Will Barnet, La abuela

Will Barnet, Medianoche, 1983-84

Will Barnet, Ovillo

Barnet estudió en la Escuela de Bellas Artes de Boston y en la Art Student League de Nueva York: en esta última institución pasó de ser alumno a ser profesor durante cuarenta cuatro años. Enseñó también en la Cooper Union, en la universidad de Yale y en la Pennsylvania Academy of the Fine Arts.

Will Barnet, Autorretrato, 1981

Ya habréis advertido el aspecto tan japonés que ofrecen varias de las obras de Barnet, con sus nítidos perfiles, sus superficies planas y la ausencia de sombras.

Will Barnet, Mujer peinándose

Will Barnet, Mujer y gato negro

Will Barnet, Mujer con palomas

Will Barnet, Aurora, 1977

Will Barnet, Madame Butterfly

Es frecuente la aparición, en las obras de este artista, de figuras femeninas ataviadas con largos vestidos, a menudo negros. Estas mujeres parecen, en ocasiones, surgidas de los cuadros de artistas anteriores como Caspar David Friedrich o Vilhelm Hammershøi:

Caspar David Friedrich, Mujer contemplando el amanecer, Folkwang Museum, Essen, 1818

Vilhelm Hammershøi, Dos mujeres junto a la ventana¸ 1896

Will Barnet, El límite del mundo, 1979

Will Barnet, El muelle

Will Barnet, Mujer contemplando el mar
No se trata solo de mujeres de espaldas, ese recurso plástico del que hemos hablado a menudo y que consigue introducirnos en la escena, además de sugerir la duda acerca del rostro y la expresión de la persona representada. A veces, estas mujeres se vuelven hacia nosotros y nos muestran su rostro: sin embargo, el enigma permanece. Miran, esperan. ¿Qué es lo que esperan?

Will Barnet, Tres mujeres
Will Barnet, Mujer en la ventana, 1980

El hieratismo de sus figuras, la claridad de sus volúmenes y sus composiciones, los planos de color perfectamente delimitados y una serenidad que, en ocasiones, no excluye cierto desasosiego o, por lo menos, cierta extrañeza, tiñen la obra de Barnet de acentos clásicos, románticos, simbolistas, realistas y aun surrealistas. ¿Hay contradicciones entre estos términos? No, no las hay.

Will Barnet, Camino del mar

Will Barnet murió, casi, con el pincel en la mano. “No pienso ceder nunca”, afirmó. Al fin, cedió, porque no tuvo otro remedio. Aquí le vemos aplicado al trabajo, con cien años a sus espaldas.

Will Barnet


En su poema Un gato en un piso vacío, Wislawa Szymborska nos hace sentir la desolación del gato que ha perdido a su humano. No nos cuesta imaginar que así se sintieron los gatos de Will Barnet cuando, a partir del 13 de noviembre de 2012, no supieron dónde hallar a su amigo:

Morir —eso, a un gato, no se le hace.
Porque, ¿qué puede hacer un gato
en un piso vacío?
Subirse por las paredes.
Restregarse contra los muebles.
Nada aquí ha cambiado,
pero nada es como antes.
Nada ha cambiado de sitio,
pero nada está en su sitio.
Y la luz sigue apagada al anochecer.
Se oyen pasos en la escalera,
pero no los esperados.
Una mano deja pescado en el plato
y no es, tampoco, la de antes.
Algo no empieza
a la hora de siempre.
Algo no sucede
según lo establecido.
Alguien estaba aquí, estaba siempre,
y de repente desapareció
y se empeña en no estar.
Se ha buscado ya en los armarios,
se han recorrido los estantes.
Se ha comprobado bajo la alfombra.
Incluso se ha roto la veda
de esparcir papeles.
¿Qué más se puede hacer?
Dormir y esperar.
¡Ay, cuando él regrese,
ay, cuando aparezca!
Se enterará de que ésas no son maneras
de tratar a un gato.
Como quien no quiere la cosa,
habrá que acercársele,
despacito,
sobre unas patitas muy muy ofendidas.
Y, de entrada, nada de brincos ni maullidos.

***
Aprovecho la entrada de hoy para comentaros que, por lo menos durante un tiempo, solo podré acudir a nuestra cita el fin de semana, aunque es posible que a mediados de semana actualice, ampliándola, alguna entrada antigua. Hay varias razones para ello: ¡no penséis que voy a dedicarme a estar tumbada bajo los árboles!

Will Barnet, Mujer tumbada, 1978

Uno de los motivos es que estoy a punto de embarcarme en una nueva aventura a la que, a su debido tiempo, os invitaré. ¡Espero que aceptéis mi invitación! Como podéis imaginar, se trata de una aventura relacionada con la escritura. Nos vemos el sábado próximo. Mientras tanto, permitidme que juegue un rato con los gatos... o que ellos jueguen conmigo.


Will Barnet, Mujer con gatos