miércoles, 29 de junio de 2016

Las notas que se aman: la música de los Dufy




Raoul Dufy (1877-1953) y Jean Dufy (1888-1964)


Hace un año nos preguntábamos qué tenía de malo el placer. Nada, respondimos: no tiene nada de malo. Hoy vamos a hablar de nuevo del placer: en este caso, del placer de la música, y del artista que suscitó aquella pregunta, Raoul Dufy.


Raoul Dufy, El gran concierto, 1948

Raoul Dufy, Orquesta y cantante, 1942
Raoul es el mayor de nueve hermanos. El padre, que trabaja como contable, es también organista y director de las corales de Notre-Dame y Saint-Joseph, en El Havre. Raoul le acompaña a veces en el órgano. Toca también el violín. Otro de los chicos, Gaston, toca la flauta travesera: con el tiempo, se convertirá en compositor y crítico musical. Su hermano Léon será profesor de piano. Aman la música, en esa familia. Una música que sonará también en las pinturas de Raoul y Jean.


Jean Dufy, Orquesta
Raoul Dufy, Orquesta


Cuando Raoul estudia arte en París, su hermano Gaston, que es director de Le Courrier Musical, le regala entradas para que asista a los conciertos. Entre los amigos de Raoul se encuentran el violonchelista Pau Casals y el director de orquesta Charles Munch. Durante los ensayos de la Orquesta del Conservatorio de París, dirigidos por Munch, Raoul dibuja sin cesar. Es allí, nos cuenta Jean Guichard-Meili, donde nacen sus series de Orquestas.
Raoul Dufy, El concierto rojo, 1946
Orquestas y conciertos que son como los sonidos: de color azul, rojo… Tonalidades musicales, tonos de color. Casals afirmó que la sutileza de Dufy era tan grande que, contemplando sus pinturas, él podía saber en qué tonalidad estaba escrita la pieza que la orquesta interpretaba. 



Raoul Dufy, La orquesta azul, 1945

Raoul Dufy, Orquesta
En las orquestas de Dufy, nos indican algunos autores, las cabezas de los músicos se convierten a veces en notas inscritas en un pentagrama y las líneas verticales de algunos instrumentos evocan las corcheas con sus plicas.
Raoul Dufy, Concierto

Los músicos más amados por Raoul Dufy son Bach, Mozart y Debussy. A los tres rinde homenaje con sus pinceles.


Raoul Dufy, Homenaje a Johann Sebastian Bach, 1952

Raoul Dufy, Homenaje a Claude Debussy, 1952

Raoul Dufy, Homenaje a Wolfgang Amadeus Mozart, 1934


 
Raoul Dufy, La orquesta con la partitura, 1949

Sí, sin duda amaba a Mozart, de quien se cuenta que decía buscar “las notas que se aman”, como Raoul Dufy, según Hans Hartung, buscaba los colores que se aman.






 

Raoul Dufy, Homenaje a Wolfgang Amadeus Mozart, 1915

Raoul Dufy, Homenaje a Wolfgang Amadeus Mozart, 1915



Raoul Dufy, El quinteto, 1948 c.
Raoul no solo recoge en sus lienzos los conciertos ofrecidos por grandes orquestas: también plasma esa forma más intima de expresión musical que nos brinda la música de cámara.


Raoul Dufy, El concierto naranja, 1948 c.

Las orquestas suenan con la misma simplicidad y agilidad de trazos en los lienzos del hermano menor, Jean.


Jean Dufy, Orquesta sinfónica
Pero también suenan en ellos otros tipos de música: las del cabaret, por ejemplo.

Jean Dufy, En el cabaret, 1937

Jean Dufy, Cabaret
Jean Dufy, El circo

O también las del circo, con sus payasos musicales, sus guitarras, sus acordeones, trombones, saxofones y también el violín, entre otros instrumentos.


 
Jean Dufy, El circo

Jean Dufy, El circo


En el caso de Raoul, son los músicos mexicanos los que introducen una nota distinta a las que escuchamos en las salas de conciertos:

Raoul Dufy, La orquesta mexicana, 1951

Raoul Dufy, Músicos mexicanos, 1951

Raoul Dufy, El violín rojo, 1948

Raoul Dufy conoce muy bien el violín, un instrumento que los espectadores reconocen muy bien sin necesidad de detenerse en los detalles, nos cuenta Carmen Castañón. Así que el artista lo “simplifica, reduciéndolo a sus características más atractivas: efes, cuello, curvas femeninas, voluta, de una manera que solo alguien que conozca y quiera al instrumento puede hacer, ya que sus violines pueden tocarse a pesar de faltar tantas partes”.

Raoul Dufy, Violín sobre una consola amarilla, 1949

La música es para Raoul amor, pasión, consuelo. Sobre todo cuando, a partir de 1937, la poliartritis que padece le causa gran dolor. “Pinto, naturalmente –afirma-, pese a mis dolores. Pinto orquestas, conciertos, cuartetos y sinfonía en todos los colores”.
Los colores de la música.


Raoul Dufy, El violín rojo, 1934




viernes, 17 de junio de 2016

Manuel Amado, el guardián de lugares




Manuel Amado (1938)

 
Si no fuera por mi sombra, me iría a Portugal. Iría a muchos sitios y uno de ellos sería Portugal.

Manuel Amado, Calles de Lisboa

Yo iría y me sentaría en la proa, tan contenta, a esperar a que la península se desgajase y echase a navegar por el océano, como en La balsa de piedra, y recordaría cómo leí esa novela hace muchos años porque Victor Mendes la recomendó y era un tipo simpático, y después vinieron ya solas las demás obras de Saramago. Y recordaría a Saramago cuando coincidimos en el mismo hotel de Madrid y yo al verle pensé: “vaya, Saramago”, y de inmediato mi pensamiento se desgajó del hotel madrileño, zarpó y se puso a navegar por sus novelas. Yo iría a Portugal para volver a leer allí a Pessoa y para recorrer el país pasito a pasito, mirada a mirada. Yo iría, pero, ay, tengo una sombra.

Manuel Amado, Buenos días, Lisboa

Mi sombra es pequeña,  tiene los ojos azules y es muy charlatana. Es una sombra que me sigue a todas partes, me lame a traición y no me deja ni siquiera ir al cuarto de baño sin acusarme a gritos de maltratarla por dejarla fuera. Cada vez que salgo de casa me hace sentir fatal. Es una chantajista. Y no me deja ir a Portugal.


Manuel Amado, Lisboa. La plaza del Comercio

A mí me gustaría ir en tren, para llenarme los ojos de paisajes e ir recogiendo historias de viajero en viajero, de estación en estación.


Manuel Amado, El final del andén


Manuel Amado, El andén de la estación


Manuel Amado, Puerta azul

Manuel Amado, Final de la calle
Pero mi sombra me dice: “tú de aquí no te mueves”, así que he decidido pedirle a Portugal que venga. No creo que se acuerde de mí, porque hace muchos, muchos años que lo visité y gocé de él, pero sé que es tan amable que no dudará en acudir a mi llamado. ¡Mirad, ya llega! Viene en los pinceles de Manuel Amado.


Manuel Amado, El patio. La Rábida

Que Amado es arquitecto se le nota en los perfiles. En los perfiles de sus arquitecturas, quiero decir, en sus ángulos, en el modo en que la luz y la sombra habitan y construyen los espacios.


Manuel Amado, Paso con árbol

Manuel Amado, La casa de Mateus. Esquina en el patio

Las representaciones de iglesias de Lisboa, São Martinho do Porto y Santarém remiten a una larga historia de interiores arquitectónicos de iglesias, una larga historia de silencios de piedra.


Manuel Amado, La ermita. Arcada lateral

Manuel Amado, La ermita. Interior
Manuel Amado, Dormitorio
Guardián de los lugares habitados, sentidos, recorridos por él: así se le ha llamado. Los escenarios que su mirada y su memoria recrean adquieren una nueva calidad, se impregnan de una atmósfera especial que va más allá del aparente realismo de la representación.

Manuel Amado, Sala
Es como si Manuel Amado “pintase para erradicar un fantasma, algo que nunca conseguirá hacer”, nos cuenta Paula Rego.

Manuel Amado, El cuarto de Fernando Pessoa

Pero Manuel nos conduce también al aire libre, a esas playas llenas de casetas de lona a rayas blanquiazules o a los jardines encantados:

Manuel Amado, Playa

Manuel Amado, Playa

Manuel Amado, El jardín encantado II
“¿Qué es ese intervalo que hay entre yo mismo y yo?”, se pregunta Fernando Pessoa. ¿Qué paréntesis de atención suspendida se abre entre lo que Manuel Amado nos muestra y las sugerencias que libera?


Manuel Amado, El caballo blanco

Manuel Amado,  Caballo

¿Ese intervalo es el de la ficción?
El padre de Manuel, Fernando Amado, fue actor y director de teatro. El propio Manuel actuó también durante sus años de estudiante. El teatro se convierte en uno de los espacios de su pintura. 


Manuel Amado, El ensayo se retrasa

Manuel Amado, Quita de ahí esa silla

Manuel Amado, La antepenúltima cena de los polichinelas

Los bastidores escapan del teatro, alcanzan otros ámbitos de la vida. Y, con ellos, se expande la ficción.
 

Manuel Amado, El beso

Manuel Amado, Anunciación

Manuel Amado, Las tres musas

Y es aquí, queramos o no, donde ya no podemos contener las historias que desencadenan las imágenes. 

Manuel Amado, La sala vacía

Manuel Amado, El anticristo ataca de nuevo

Manuel Amado, El arlequín se divierte y el diablo mira

¿Quién se anima a empezar a contar esas historias? No ahora, no de inmediato: hay días para hacerlo, habrá ocasiones, si queréis jugar.

Manuel Amado, El recreo
He abierto la ventana y mi sombra, a la que quiero muchísimo aunque no me deje ir a ningún sitio y es también guardiana de lugares, ha empezado ya a maullar su relato al mar. “Me gustan las pinturas de Manuel por todo lo que no se ve, pero se siente”, afirma Bruno Munari, y mi sombra dice: sí, así es.

Manuel Amado, Ventana al mar