miércoles, 26 de octubre de 2016

John Duncan Fergusson: el color escocés





John Duncan Fergusson (1874-1961)


 
Lo sabía. Desde que nombré a Christopher, aquel escocés feo, simpático y encantador que, de repente, saltaba del asiento y se ponía a cantar y a representar cómicamente escenas del Don Giovanni de Mozart, sabía que visitaríamos Escocia. ¿Con quién? Había varias posibilidades: entre ellas, he optado en esta ocasión por un médico que durante un breve período ejerció como cirujano naval, aunque no tardó en cambiar el bisturí por los pinceles.


John Duncan Fergusson,  Dieppe, 14 de julio de 1905

John Duncan Fergusson no solo abandonó el bisturí: también dejó Edimburgo para instalarse en París, donde podía abrir sus ojos y su paleta a ese mundo más allá del academicismo que nacía en esos años en el continente. Le cautivó el impresionismo, en primer lugar, pero más tarde fueron los colores del fauvismo los que le inundaron. Antes había recibido la huella de otro gran artista británico: James Abott McNeil Whistler.


James Abbott McNeill Whistler, Nocturno en negro y oro. Cohete cayendo

James Abbott McNeill Whistler, Nocturno. Puente de Battersea
Cuando hablamos de Whistler, vimos cómo probablemente Claude Monet había visitado su estudio en los años setenta del siglo XIX y cómo, sin duda, conocía su obra. Bien, pues en uno de esos intercambios tan fructíferos que, como en la vida, se dan en el arte, a la influencia de Whistler sobre Fergusson se sumó la de Monet.


Claude Monet, Puente de Charing Cross. Niebla en el Támesis

John Duncan Fergusson, Trocadero

Veamos algunas de las obras de esos primeros años artísticos de nuestro escocés, cuando la pincelada de Whistler se deshacía en los lienzos de Fergusson, imbuidos también de resonancias impresionistas. 


John Duncan Fergusson, París nocturno

John Duncan Fergusson, Ante un café de París

John Duncan Fergusson, Banco de Escocia en Princes Street Gardens

John Duncan Fergusson, Calle nocturna
Fergusson viajó por numerosos países, entre ellos Marruecos y España.

John Duncan Fergusson, El Grao, Valencia

John Duncan Fergusson, Cassis


Fergusson forma parte de los llamados coloristas escoceses, junto a Samuel J. Peploe, George Leslie Hunter y F.C.B. Cadell. En realidad, solo empezaron a recibir ese nombre a partir de 1948, a raíz de una exposición conjunta en Glasgow. Bien, ¿queréis ver cómo el color, los colores, van derramándose en la obra de John?


John Duncan Fergusson, Bosque oscuro
John Duncan Fergusson, Royan

También se advierten cambios en el modo de estructurar el espacio pictórico: unos cambios a los que no son ajenas las obras de Paul Cézanne y Henri Matisse. Este último, como Pablo Picasso, formaba parte de los amigos con los que solía reunirse Fergusson.

John Duncan Fergusson, Barcas

John Duncan Fergusson, La lámpara azul

En el caso de este paisaje, ¿no notáis cierto aire de familia con algunas obras de Edvard Munch? 


John Duncan Fergusson, Rocas y bahía

John Duncan Fergusson, El sombrero azul, Closerie des Lilas
Son muy interesantes los distintos modos de retratar los rostros y su evolución a lo largo de los años. Los tres primeros que vemos a continuación datan de 1909-1910; el cuarto, de 1916, y el último… esperad, luego veremos este quinto retrato, porque tengo que deciros algo sobre él. O, más bien, sobre ella: la persona retratada. 


John Duncan Fergusson, El velo persa

John Duncan Fergusson, Hortensia

John Duncan Fergusson, Equilibrio

Este es uno de los retratos que Fergusson realizó de su esposa, Margaret Morris. Su fecha es 1928, cuando la pareja, tras pasar unos años en Londres, se instaló en París.


John Duncan Fergusson, Las ramas (Margaret Morris)

Los aficionados a la danza habréis reconocido de inmediato el nombre de Margaret Morris: bailarina, coreógrafa y también pintora. Margaret, seguidora de Isadora Duncan, fundó diversos movimientos relacionados con la danza: entre ellos, dos Ballets Nacionales de Escocia, uno en Glasgow y el otro en Pitlochry. 


En los años treinta, Fergusson recoge en sus lienzos diversos paisajes franceses.

John Duncan Fergusson, Dinard

John Duncan Fergusson, Dinard

En 1939, Fergusson y Morris se trasladaron a Glasgow, donde permanecieron el resto de sus vidas. Tiempos de guerra. La serie de submarinos y barcos de Fergusson no data, sin embargo, de este conflicto bélico, sino del anterior. Tristes guerras.

John Duncan Fergusson, Submarino azul en el puerto de Portsmouth

John Duncan Fergusson, Destructor
André Dunoyer de Segonzac escribió sobre Fergusson: “Su arte es una expresión profunda y pura de su inmenso amor por la vida”. La vida, esa cosa tan extraña. 

John Duncan Fergusson, Closerie des Lilas
 
 

martes, 18 de octubre de 2016

La voz nocturna del agua





Sí, soñar que yo soy al mismo tiempo y separadamente, sin confusión, el hombre y la mujer en un paseo que este hombre y esta mujer dan a la orilla del río. (Fernando Pessoa)


Albert Marquet, La ribera

Y ser el río, ser puente, ser orilla –una orilla y la opuesta-, ser agua en movimiento. Ser relato. Porque así entiendo el río: como una narración, a veces un diálogo con las voces distintas de los árboles o el susurro de su reflejo.

Paul Cézanne, Casa junto al Marne


Albert Bierstadt, Tormenta aproximándose al río Hudson

Pero el río discurre, hila las frases que configuran el cuento, ¿quizás novela? ¿No se habla acaso de novelas río para designar aquellas que conforman un ciclo a través de varios volúmenes? Ya sabéis, La comedia humana, En busca del tiempo perdido y tantas otras. Pero no es a eso a lo que me refiero cuando digo que el río cuenta historias.


Marianne von Werefkin, El río Prerow

Albert Marquet, Bote en el Sena

¿Aludo acaso a los relatos de las personas que podemos hallar en su ribera: pescadores, lavanderas, bañistas, navegantes? ¿O a esa mujer y ese hombre que pasean a la orilla del río y que son, al mismo tiempo y por separado, Pessoa? ¿Ese hombre, esa mujer, ese poeta, ese río que eres tú, que soy yo, que todos somos?


André Derain, El Sena

Martín Rico y Ortega, Lavanderas

No, tampoco se trata de eso, aunque sin duda lo que pueda contarnos cada una de estas personas tendrá interés. 

Hace unos días vinieron dos amables cristaleras a casa para hacer una reparación: una de ellas nos habló de las lavanderas que, antiguamente, salían de las casas a las cinco de la mañana para hacer la colada. “Pero estaría aún oscuro”, decía a las ancianas. “Sí, pero llevábamos un farolito para alumbrar el camino: si no llegabas pronto, perdías tu sitio”. ¿Imagináis la charla de esas mujeres mientras lavaban o mientras recorrían juntas el camino?


Paul Gauguin, Lavanderas en Roubine du Roi

Franz Marc, Lavandera con un niño

El pescador, en cambio, hablará poco. Atrae su silencio, su paciencia. No me veréis nunca, sin embargo, con una caña de pescar en las manos: no solo por inquietud y afán de movimiento, sino por los peces.


Paul Serusier, Pescador en el rio Laita

Pierre-Auguste Renoir, Remeros
Narrar… Quién mejor que Guy de Maupassant para adoptar la voz del Sena y relatarnos las andanzas de los remeros. “¡Ah! ¡Río hermoso, tranquilo, variado y apestoso, lleno de espejismos e inmundicias!”, escribe en Mosca. Recuerdos de un remero. El Sena discurre a través de muchas páginas de este escritor que también practicó el remo y a quien Gustave Flaubert recriminaba de este modo: “Piense en cosas serias… ¡Demasiado remo! ¡Demasiado ejercicio! ¡Demasiadas putas!”.


Maurice de Vlaminck, El río

Raoul Dufy, Remeros

Pierre-Auguste Renoir, El almuerzo de los remeros
Pierre-Auguste Renoir nos muestra a estos hombres del río luciendo músculos en un alegre y famoso almuerzo que todos recordáis. Su hijo, Jean Renoir, se inspiró en el relato de Maupassant Une partie de campagne para rodar en 1936 la película titulada del mismo modo: otra delicia de Renoir llena de referencias pictóricas.


Jean Renoir, Une partie de campagne


Georges Seurat, Bañistas en Asnières

Las aguas del río convocan a los bañistas. Las aguas limpias, se entiende. ¿Las del río Asnières, por ejemplo? Parecen cristalinas, ¿verdad? Pero… un momento. ¿Qué son esos edificios que se ven al fondo, las chimeneas que expelen un humo oscuro? ¿No parecen fábricas? Lo son. El río Asniéres, en cuyas aguas se solazan los bañistas de Seurat, estaba contaminado ya en las fechas en que este pintó el cuadro. Él lo sabe: nos lo está diciendo en esta y otras obras ambientadas a orillas de este río.

Georges Seurat, Asnières

Pero, en realidad, cuando digo que el río habla, que es relato, no me refiero ni a bañistas ni a pescadores ni a remeros ni a lavanderas y tampoco a paseantes. ¿Hablo del consuelo que la voz del río, como la de los árboles o la del mar, ofrece a un corazón que duele? “Cuando algo nos hiere, volvemos a las orillas de ciertos ríos”, escribe Czeslaw Milosz. Y Pablo Neruda nos cuenta:


Ramón Gaya, Las luces de Ponte Vecchio

Yo entré en Florencia. Era / de noche. Temblé escuchando / casi dormido lo que el dulce río / me contaba. Yo no sé / lo que dicen los cuadros ni los libros
(no todos los cuadros ni todos los libros, /
sólo algunos), / pero sé lo que dicen / todos los ríos. / Tienen el mismo idioma que yo tengo.


Ramón Gaya, El pescador del Arno

¿Hablo de la identificación con el río, como hace el poeta peruano Javier Heraud en este verso: “Yo soy un río”? ¿O del contraste entre el manso discurrir de sus aguas y sus cóleras inesperadas? Quienes han vivido inundaciones cuentan que lo más aterrador, quizás, es el bramar del agua convertida en bestia: rugir, crujir, ¡romper, arrasar todo a su paso! Retorna, después, la calma. Nos lo cuenta Rosario Castellanos:


Frits Thaulow, El agua
Y es aquí cuando más me precipito / Cuando puedo llegar a los corazones, / cuando puedo cogerlos por la sangre, / cuando puedo mirarlos desde adentro. /
Y mi furia se torna apacible, / y me vuelvo árbol, y me estanco como un árbol, / y me silencio como una piedra, / y callo como una rosa sin espinas. 


Frits Thaulow, El río

Wassily Kandinsky, El río en otoño
No, tampoco aludo al sereno fluir y al arrebato, aunque ambos forman parte de aquello de lo que hablo: las frases habitadas, vivas, en movimiento, que configuran la narración. El caudal de cada una de las historias, sus rápidos, los meandros que a veces dibuja su trazado, los sedimentos, la erosión, sus voces, las voces de los ríos, las voces del relato. Leemos el río, lo escribimos. Nos sumergimos en la palabra, fresca o cálida: la navegamos. El texto fluye ante nosotros. Somos el río, la narración. Somos. 


Albert Marquet, El río Marne
El pan y la sangre cantaban
con la voz nocturna del agua.
(Pablo Neruda)


Carl Moll, El río


Ser de río sin peces, esto he sido.
Y revestida voy de espuma y hielo.

(Rosario Castellanos)

 
Frits Thaulow, El río

El río duele, duele la palabra.