lunes, 24 de abril de 2017

Mujer con sombrero




Mi tío abuelo Juan Cruz tenía la sana costumbre de huir de los hospitales y de las bodas en las que le correspondía asumir el papel de novio. Si se le hospitalizaba, siempre se las arreglaba para evadirse: en una ocasión, llegó a “tomar prestada” la bata de un médico para alcanzar la calle. Era bravo, Juan Cruz. Claro que no pensarían lo mismo las dos novias a las que dejó plantadas ante  el altar, pero el pavor que este hombre sentía por los médicos y por el matrimonio se imponía sobre cualquier otra consideración. Era, por lo demás, un hombre apacible, educado y, al margen del sabor amargo que sin duda dejaron sus dos estampidas matrimoniales, bondadoso. El caso es que a Juan Cruz, ya mayor, se le pasaron las fuerzas o las ganas de echar a correr en cuanto oía la palabra “boda”: se casó, sí, se casó, y yo me alegro de que lo hiciese porque así llegó a mi vida Araceli. ¿Una mujer con sombrero?


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Imagino que sí, que tanto Araceli como Juan Cruz utilizarían sombreros con frecuencia, pero si yo asocio a esta pareja con el sombrero es por el día en que Araceli y yo hallamos un tesoro en el pequeño apartamento del barrio de Gros, en San Sebastián, que nos había prestado una amiga suya. El tesoro consistía en una espléndida colección de sombreros de todas las épocas. Nos los probamos todos. Imaginad a una bella anciana y a una chica de quince años intercambiando sombreros entre risas, exclamaciones de admiración, gritos de júbilo. Entretenidas con nuestro juego, esa mañana no conseguimos salir de casa para hacer ninguna de nuestras habituales correrías por la ciudad o emprender alguna escapada a San Juan de Luz o a otros lugares que solíamos visitar.


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Yo amaba a la tía Araceli por su carácter fuerte, alegre, por su buen humor y su ternura. Ella era nacionalista, conservadora y creyente; yo, una revolucionaria adolescente, como corresponde. Nos entendíamos a las mil maravillas. Pero volvamos a los sombreros.


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El sombrero resguarda del frío y del sol, pero más allá de su función protectora, habla. Es mucho lo que estos objetos nos dicen acerca de las personas que se cubren con ellos: su pertenencia a una determinada clase social, por ejemplo, o a un concreto territorio. En ocasiones, esa criatura de por sí inofensiva, como es el pobre sombrero, es esgrimida como arma. Es lo que sucedió con un lema que un comercio puso en circulación al terminar la guerra civil española: Los rojos no usaban sombrero. Hay ocasiones en que lo estremecedor y lo ridículo se dan la mano. Qué tristeza, también, cuando los sombreros son reemplazados por cascos y los libros por armas.



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Hay muchos sombreros en el arte. Sombreros de todo tipo: de ala ancha, en forma de casquete o de campana, de cautivadora sencillez o profusamente adornados… Ante algunos retratos no podemos evitar preguntarnos si lo que el artista retrata, en realidad, es a la persona o su sombrero. ¿Cuál de los dos tiene más personalidad, más relevancia, más presencia? En algunos casos, esa presencia se debe al tamaño, más que a cualquier otra cosa. ¡Uno estaría tentado de hablar de un sombrero con señora, más que de una señora con sombrero!

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Sobre algunos sombreros crecen jardines, huertos, se despliegan auténticos bodegones o, en numerosos casos, las plumas que les sirven de ornamento danzan en el aire. Bien podría decirse que esas mujeres llevan el mundo en la cabeza. Un mundo comestible, cuando de frutos se trata: en cualquier caso, un mundo lleno de evocaciones de la naturaleza. Aunque, en un plano muy diferente, también podemos encontrarnos con mujeres en cuyos tocados se desarrollan operaciones matemáticas. ¿Por qué no?


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Las decoraciones de los sombreros se confunden a veces con las del entorno, ya sea natural o artificial, en el que se ubica la mujer retratada. La distinción entre fondo y figura queda suprimida: ambos se funden en una única voz pictórica. 

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A veces los sombreros se asientan sobre cabelleras alborotadas que nos traen evocaciones dieciochescas. A mí, que como sabéis ando reñida con los peines porque con frecuencia rompo sus púas, eso me hace gracia y me resulta convincente. 

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Me gustan los sombreros. No suelo utilizarlos, sin embargo, porque soy tan despistada como para extraviarlos por todas partes, como pierdo paraguas, bufandas, carpetas, bolsos, pañuelos, como todo lo pierdo e incluso me pierdo a mí misma. Pero gustarme, me gustan. Mucho. Me gusta ponerme un sombrero y poner cara de mujer con sombrero. Entre todos los tipos que existen, prefiero los más sencillos, como este que pinta Modigliani: 

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Vamos, imaginad que estáis con Araceli y conmigo en ese apartamento de una ciudad del norte de España, que abrimos el vestidor y encontramos, llenas de risa, de sorpresa y júbilo, los sombreros que aparecen reproducidos en esta entrada. Podéis probároslos todos, uno tras otro, hasta que decidáis con cuál os sentís más a gusto, cuál se adapta más a vuestra personalidad, cuál es vuestro sombrero. ¿El que enmarca el rostro, el que lo oculta, el que ciñe la cabeza, el que parece estar a punto de echar a volar sobre unos cabellos enredados, el que dejamos olvidado sobre el banco de un parque, el que nos arrebata el viento...?

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Qué duda, ¿verdad? ¿Cuál elegir? Pero, además de la elección de vuestro sombrero, os encomiendo otra tarea: determinar a qué artista pertenece cada una de las obras que vemos aquí. En algunos casos, la firma es visible; en otros, el título puede servir de orientación. A continuación, podéis consultar el listado de autores y cuadros. Pondré las soluciones el próximo domingo. ¿Jugamos?
 

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Amedeo Modigliani, Jeanne Hebuterne con sombrero
Amedeo Modigliani, Jeanne
Edgar Degas, La sombrerería Milliner 
Egon Schiele, Mujer con sombrero negro 
Emil Nolde, Mujer con sombrero 
Gabriele Münter, Mujer con sombrero de pluma
Gustav Klimt, El sombrero negro 
Gustav Klimt, Mujer con sombrero 
Henri Matisse, Mujer con sombrero
John Duncan Fergusson, Las cuentas azules
John Duncan Fergusson, Mujer con sombrero 

Jules Chéret, Apunte
Kazimir Malevitch, Mujer con sombrero amarillo
Kees van Dongen, Balaustrada
Kees van Dongen, Mujer con sombrero azul
Kees van Dongen, Mujer con sombrero
Kees Van Dongen, Amapola de maíz 

Kees van Dongen, Mujer con sombrero
Leo Gestel, Mujer con sombrero 
Leo Gestel, Retrato de Else Berg
Louis Anquetin, Mujer leyendo un periódico
Louis Anquetin, Juliette

Pablo Ruiz Picasso, Mujer con sombrero
Robert Bevan, Mujer con sombrero de pluma 

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Nuestro amigo el Sombrerero Loco nos ha traído por fin las soluciones. Son estas:


1 Kees Van Dongen, Amapola de maíz

2 Leo Gestel, Mujer con sombrero








3 Edgar Degas, La sombrerería Milliner







4 Robert Bevan, Mujer con sombrero de pluma






5 Jules Chéret, Apunte


  





6 Gustav Klimt, El sombrero negro








7 Kees van Dongen, Balaustrada


8 Kees van Dongen, Mujer con sombrero azul







9 John Duncan Fergusson, Mujer con sombrero







10 Kees van Dongen, Mujer con sombrero






 
11 Pablo Ruiz Picasso, Mujer con sombrero







12 Henri Matisse, Mujer con sombrero






 
13 Leo Gestel, Retrato de Else Berg







14 Louis Anquetin, Juliette






 
15 Emil Nolde, Mujer con sombrero







16 Egon Schiele, Mujer con sombrero negro







17 Kazimir Malevitch, Mujer con sombrero amarillo






18 Amedeo Modigliani, Jeanne Hebuterne con sombrero






19 Gabriele Münter, Mujer con sombrero de pluma







20 Gustav Klimt, Mujer con sombrero






21 John Duncan Fergusson, Las cuentas azules







22 Louis Anquetin, Mujer leyendo un periódico







23 Kees van Dongen, Mujer con sombrero







24 Amedeo Modigliani, Jeanne