lunes, 18 de septiembre de 2017

Elicia Edijanto: la reconciliación





“Un poco de ingenuidad nunca se aparta de mí. Y es ella la que me protege”.

(Antonio Porchia)




Llévame a casa

Conversación

No dan miedo. A pesar de su tamaño, de sus garras, de sus colmillos afilados, no dan miedo. Aunque los chiquillos parezcan, a su lado, tan pequeños, tan vulnerables, son también fuertes. “La inocencia es el arma que me queda”, escribe Arturo Carrera, citando a Kierkegaard. A estos niños, sin embargo, no les hace falta ningún arma, porque en el mundo de Elicia Edijanto los guepardos, los osos, los lobos, los niños, son amigos. Ninguno de ellos quiere hacer daño, ninguno lo va a hacer: ni el niño al animal, ni el animal al niño. Unos y otros, nos dice la artista indonesia, son “honestos, sinceros, sin prejuicios y sin pretensiones”.


Héroe

Canción de cuna

Viento de invierno

Los animales, en algunos casos feroces, y los niños están juntos. Si Edijanto nos ofreciese una nueva versión de la tan manida idealización de la naturaleza, la rechazaría. Pero es otra naturaleza la que nos presenta en sus acuarelas: es otro mundo, hecho de espacio, de aire, de neblinas. Está muy lejos de los mundos que no podemos entender y donde ya no podemos habitar. 


Ilustración para Sleeping at Last


Buscamos en el pelaje de los animales, en sus miradas, en las risas, en los movimientos y en los silencios de los niños, refugio, complicidad, consuelo.


Ilustración para Sleeping at Last

Sinfonía


Ellos nos regalan también tardes de juego y diversión, la posibilidad del vuelo y la aventura o, también, el descanso “sin más acción que la inocencia”, como escribió Neruda. 


Tarde de juego


Antahkarana

Odisea

Osa Mayor

Octubre
¿Existe ese mundo que nos ofrece Edijanto? ¿Son posibles esa armonía, esa libertad, esa dicha tranquila y llena de ternura? Si miramos a nuestro alrededor, diremos que ese mundo no existe. Tal vez tengamos que mirar en otra dirección para descubrir su realidad, su otra forma de realidad, más profunda. Tal vez podamos descubrir esos paisajes en la mirada, llena de confianza, que nos dirige el animal y que a veces es capaz, incluso, de quebrar la dureza de la piedra y hacer exclamar a alguien: “por lo menos a ti no te fallaré”.


A salvo


Génesis
Tal vez tengamos que buscar en nuestro interior, reconocer al niño y al animal, reconciliarnos con la fiera que nos acompaña: admitir que sus colmillos y sus garras son también los nuestros, que en algunos momentos podemos desear utilizarlos, que somos capaces de hacerlo. Aceptar lo que somos: el niño salvaje, la mansa fiera. No es fácil, pero tenemos que hacer este viaje juntos.

Guerreros

Himno

Nos espera, en fin, un largo camino para descubrir ese mundo que Elicia Edijanto nos muestra. Reconocernos. Aceptar. “Y sobre todo mirar con inocencia –nos dice Alejandra Pizarnik-. Como si no pasara nada, lo cual es cierto”.

Ilustración para Sleeping at Last

Sonidos de consuelo

Dedico esta entrada a los heridos, a los que navegan en la misma barca con sus fieras. No tengáis miedo.

Gracias, Sandra.

Eco 2

 

 

martes, 5 de septiembre de 2017

El color de dos voces: Stanislawa De Karlowska y Robert Bevan





Stanislawa De Karlowska (1876-1952) y Robert Bevan (1865-1925)



He estado muchas veces en Gran Bretaña sin estar nunca. He visitado sus casas, sus parques, sus campiñas; he recorrido valles y páramos, playas y costas escarpadas; he paseado por sus pueblos y ciudades. He conocido a Merlín y he sido caballero con Arturo, he encontrado en aquella isla las hermanas que no he tenido en la vida real, me he enamorado innumerables veces, he tenido miedo, me he refugiado de las bombas, he sido –soy- feliz entre las páginas de tantos libros que me hacen viajar a lugares que conozco sin haberlos visto nunca. ¿Sin haberlos visto? ¡No, claro que los he visto!

Stanislawa De Karlowska, Granja en Devon

Stanislawa De Karlowska, Paisaje

Jane Austen, sobre quien nadie sabe tanto como mi amiga Caty León; Thomas Hardy, Emily Brontë, Edward Frederick Benson con sus deliciosos terrores espectrales y sus maliciosas querellas terrenales en Riseholme; los fantasmas de Montague Rhodes James; E. M. Delafield y su dama de provincias; Edward Morgan Forster, Stella Gibbons, D.E. Stevenson, Muriel Spark, Ian McEwan, Julian Barnes, David Lodge y muchos otros autores son mis guías en estos viajes a través de la literatura. ¡Y eso que solo hablo de novelas y relatos! ¡Y eso que tan solo menciono algunos de los nombres de mis acompañantes!

Stanislawa De Karlowska, Berkeley Square

Robert Bevan, Escena callejera en Belsize Park

Stanislawa De Karlowska, Iglesia en Staunton, Somerset
Hoy vamos a caminar con dos pintores: Stanislawa y Robert. Os contaré que, la primera vez que vi una obra de Stanislawa De Karlowa, pensé: “ah, pero Robert Bevan y ella tienen que haberse conocido”. No sabía en aquel momento que, en efecto, se habían conocido: se habían conocido muy bien, de hecho, ¡hasta el punto de estar casados durante casi treinta años, hasta el fallecimiento de Robert en 1925! Un aire común se respira en muchas de sus pinturas: en sus vistas urbanas, en sus paisajes, en el sosegado modo en que capturan con sus pinceles aquellos momentos para nosotros, hoy, tan remotos. 

Robert Bevan, La casa verde en St John's Wood

Stanislawa De Karlowska, Una esquina en la plaza Russell

Robert Bevan, Una iglesia de Londres


Robert Bevan, Swiss Cottage

Aunque tanto Stanislawa como Robert fueron en algún momento de sus vidas discípulos de la academia Julian, en París, no fue allí donde se conocieron, sino durante la boda de unos amigos, en 1897. La primera formación de Stanislawa se desarrolló en Cracovia; la de Robert, en Westminster. Tánger, Madrid y, sobre todo, Bretaña, donde hizo amistad con Gauguin, fueron algunos de los lugares que Bevan visitó antes de su encuentro con Stanislawa y el establecimiento de ambos en Swiss Cottage, en Londres.


Stanislawa De Karlowska, Swiss Cottage

Stanislawa De Karlowska, Interior polaco
Hasta el estallido de la primera guerra mundial, las vacaciones las reservaban para Polonia. Allá, del mismo modo que sucedía en Inglaterra, cada uno de ellos traducía con sus propios colores, sus propias formas, su sensibilidad, la voz de su pintura, aquello que sus miradas y sus pasos compartían: campos, caminos, iglesias, ciudades… O esos interiores en los que De Karlowska introducía, como en otras de sus obras, vívidas evocaciones del arte popular polaco, una de las fuentes que siempre nutrieron su arte.  

Robert Bevan, La carroza, Polonia

Robert Bevan, Iglesia polaca, Mydlow

Stanislawa De Karlowska, Iglesia de la Santa Cruz en Cracovia

Robert Bevan, Adelaide Road
Bevan fue miembro del Candem Town Group, una asociación activa entre 1911 y 1913, con fuertes influencias de Van Gogh y Gauguin. De Karlowska formó parte del Grupo de Londres. Al lado de ella, al lado de él, al lado de los dos, nos convertimos en paseantes. ¿No os los imagináis indicándonos los nombres de cada una de las calles que recorremos, de las plazas que atravesamos, de los parques donde tal vez nos sentamos durante unos instantes para descansar y ver desplegarse ante nuestros ojos la vida de hace un siglo?

Robert Bevan, Desde la ventana del artista

Stanislawa De Karlowska, Adamson Road

Robert Bevan, Casas

Stanislawa De Karlowska, Percy Street

Robert Bevan, Sendero
Calzados con unos cómodos zapatos y vestidos con esas ropas a las que el tiempo y el uso han dotado de vida, abandonamos las calles de la ciudad para pasear por los campos, como siempre con todos los sentidos despiertos, respirando cada uno de los colores, acariciando el olor de la hierba y escuchando, atentos, cada una de las voces de los árboles. Durante estos paseos es inevitable que nos alcancen y acompañen los poetas: ya sea Matthew Arnold cuando nos habla de los blancos acantilados de Dover, que a menudo aparecen en mis sueños, W.H. Auden, Thomas Hardy… 

Robert Bevan, Devonshire
Algo yace en el campo, en algún sitio, /
confiada a la tierra ciega y olvidadiza, /
algo que estimuló en un poeta la profecía, /
un poco de polvo invisible y abandonado.

El polvo de la alondra que escuchó Shelley /
y que inmortalizó desde entonces, /
aunque sólo vivió como los otros pájaros /
sin saber que sería inmortal;

vivió su mansa vida y un día cayó,
una pequeña bola de plumas y huesos:
y cómo murió, cómo cantó cuando
se despedía, nadie lo sabe.


(Thomas Hardy)
 

Robert Bevan, Town Field, Horsgate

Robert Bevan, Castañar

Robert Bevan, Cottage en Devon

Robert Bevan, Barbican
Bevan anduvo por aquí cuando lloramos abrazados a los cuellos de los caballos. Pierre-Auguste Renoir fue uno de los artistas que le animó a pintar caballos; el otro fue Walter Richard Sickert, a quien la escritora Patricia Cornwell identifica con Jack el Destripador. El caso es que Sickert, asesino o solo pintor, instó a Robert a pintar lo que verdaderamente le interesaba y a descubrir la belleza de lo cotidiano. Y eso es lo que hizo Bevan: mirar a su alrededor y pintar, entre otros temas que atraían su atención, el de los caballos en sus establos, en las exhibiciones equinas, en el trabajo y el mercado. 

Robert Bevan, Comerciantes de caballos

Robert Bevan, Exhibición de caballos en Tattersall

Stanislawa y Robert fueron personas tranquilas y modestas, nos cuentan quienes les conocieron. Me imagino el placer de caminar junto a esta pareja compartiendo cálidos silencios, sonrisas, complicidades. ¿No os apetece sumaros al paseo?


Robert Bevan, Cerca de Hemyock